miércoles, 11 de junio de 2008

Fragmentos de "La princesa prometida"

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Aquélla fue una noche muy larga y muy verde.
Antes del amanecer, Buttercup se plantó delante de la choza del mozo de labranza. Oyó que ya estaba despierto. Llamó. Apareció él y se plantó en la puerta. A espaldas de Westley, Buttercup logró ver una pequeña vela y libros abiertos. Él esperó. Ella lo miró y después apartó la vista.
Era demasiado hermoso.


-Te amo – le dijo Buttercup-. Sé que esto debe resultarte sorprendente, puesto que lo único que he hecho siempre ha sido mofarme de ti, degradarte y provocare, pero llevo ya varias horas amándote, y cada segundo que pasa te amo más. Hace una hora, creí que te amaba más de lo que ninguna mujer ha amado nunca a un hombre; media hora más trade, supe que lo que había sentido entonces no era nada comparado con lo que sentí después. Mas al cabo de diez minutos, comprendí que mi amor anterior era un charco comparado con el mar embravecido antes de la tempestad. A eso se parecen tus ojos, ¿lo sabías? Pues sí. ¿Cuántos minutos hace de eso? ¿Veinte? ¿Serían mis sentimientos tan encendidos entonces? No importa. –Buttercup no podía mirarlo. El sol comenzó a asomar entonces a sus espaldas y le infundió valor-. Ahora te amo más que hace veinte minutos, tanto que no existe comparación posible. Te amo mucho más en este momento que cuando abriste la puerta de tu choza. En mi cuerpo no hay sitio más que para ti. Mis brazos te aman, mis orejas te adoran, mis rodillas tiemblan de ciego afecto. Mi mente te suplica que le pidas algo para que pueda obedecerte. ¿Quieres que te siga para el resto de tus días? Lo haré. ¿Quieres que me arrastre? Me arrastraré. Por ti me quedaré callada, por ti cantaré, y si tienes hambre, deja que te traiga comida, y si tienes sed y sólo el vino árabe puede saciarla, iré a Arabia, aunque esté en el otro confín del mundo, y te traeré una botella para el almuerzo. Si hay algo que sepa hacer por ti, lo haré; y si hay algo que no sepa, lo aprenderé. Sé que no puedo competir con la condesa ni en habilidades ni en sabiduría ni en atracción, y vi la manera en que te miró. Y vi cómo tú la miraste. Pero recuerda, por favor, que ella es vieja y tiene otros intereses, mientras que yo tengo diecisiete años y para mí sólo existes tú. Mi querido Westley … nunca te había llamado por tu nombre, ¿verdad…? Westley, Westley, Westley, Westley … querido Westley, adorado Westley, mi dulce, mi perfecto Westley, dime en un susurro que tendré la oportunidad de ganarme tu amor.


Dicho lo cual, se atrevió a hacer la cosa más valerosa que había hecho jamás: lo miró directamente a los ojos.
Y él le cerró la puerta en la cara.
Sin una palabra.
Sin una palabra.
Buttercup echó a correr. Giró como un remolino y salió a la carrera. Las lágrimas amargas afluyeron a sus ojos; no veía nada, tropezó, fue a golpear contra el tronco de un árbol, cayó al suelo, se levantó, siguió corriendo; le ardía el hombro allí donde se había golpeado con el tronco del árbol; era un dolor fuerte, mas no lo suficiente como para aliviar su corazón destrozado. Corrió a refugiarse en su alcoba, a aferrarse a su almohada. Segura tras la puerta cerrada con llave, inundó el mundo con sus lágrimas.


(…)


Oscurecía cuando oyó unos pasaos delante de su puerta. Llamaron. Buttercup se secó los ojos. Volvieron a llamar.


-¿Quién es?- preguntó finalmente Buttercup con un bostezo.
- Westley.


Buttercup se repantingó en la cama.


-¿Westley?- preguntó-. Conozco yo a algún West… ¡Ah, sí, muchacho, eres tú, qué gracioso! –Se dirigió a la puerta, corrió el cerrojo y con un tono más afectado, le dijo-: Me alegro mucho de que hayas pasado por aquí, porque me he sentido fatal por la broma que te gasté esta mañana. Claro que ni por un momento pensaste que iba en serio, al menos creí que lo sabrías, pero después, cuando empezaste a cerrar la puerta, por un terrible instante creí que tal vez había llevado demasiado lejos la broma, pobrecillo, podrías haber creído que te decía en serio lo que te dije, aunque ambos sabemos que es imposible, que eso llegue a ocurrir nunca.
-He venido a despedirme.


El corazón de Buttercup dio un vuelco, pero ella continuó con el tono afectado.


- ¿Quieres decir que te vas a dormir y que has venido a darme las buenas noches? Qué atento de tu parte, muchacho, demostrarme que me has perdonado por la broma de esta mañana; agradezco tu delicadeza y…
-Me marcho- la interrumpió.
-¿Te marchas?- El suelo comenzó a estremecerse. Ella se aferró al marco-. ¿Ahora?
-Sí.
-¿Por lo que te dije esta mañana?
-Sí.
-Te he asustado, ¿verdad? Me tragaría la lengua. –Meneó la cabeza una y otra vez-. De acuerdo, pues; has tomado una decisión. Pero ten presente una cosa: cuando ella haya acabado contigo, no te aceptaré, aunque me lo supliques.
Él se la quedó mirando.

(…)

Westley también sacudió la cabeza y le dijo:
-Supongo que nunca has sido la más brillante.
-¿Me amas, Westley? ¿Es eso?
No podía dar crédito a sus oídos.
-¿Que si te amo? Dios mío, si tu amor fuera un grano de arena, el mío sería un universo de playas. Si tu amor fuera…

(…)

-Ahora sí me estás tomando el pelo, ¿verdad?
-Puede que un poco; hace mucho tiempo que te lo digo, pero tú no querías escucharme. Cada vez que tú me decías: <>, te parecía que yo te contestaba: <<>>, pero era porque no me oías bien. <> era lo que en realidad te decía, pero tú nunca me escuchaste, jamás.
-Te oigo ahora y te prometo una cosa: nunca amaré a otro. Sólo a Westley Hasta que muera.


Él asintió y dio un paso atrás.


-Pronto enviaré a alguien a buscarte. Créeme.

(…)

Ha habido cinco grandes besos desde el año 1642 a. de C.: cuando el descubrimiento accidental de Saúl y Dalila Korn se propagó por la civilización occidental. (…) La estimación exacta de los besos es algo terriblemente difícil de realizar, y a menudo provoca grandes controversias, porque si bien todos coinciden en la fórmula de afecto, pureza, intensidad y duración, nadie se ha sentido nunca completamente satisfecho con la importancia que ha de darse a cada elemento. Cualquiera que sea el sistema de estimación empleado, existen cinco besos que todos consideran merecedores de la máxima puntuación.
Pues bien, éste los superó a todos.

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Autor: William Goldman